Sé que muchos de vosotros visteis el pasado 25 de diciembre muchas entradas en redes sociales en las cuales se conmemoraba el nacimiento de Newton, así que seguramente os llame la atención el título de esta entrada y, además, pensaréis que estoy equivocada, pero no es así. Os cuento:
Isaac Newton nació el 25 de diciembre de 1642 en Woolsthorpe (Lincolnshire), pero esto es según el calendario juliano que era que estaba en vigor en aquel momento en Inglaterra. Según el calendario gregoriano, que entró en vigor en Inglaterra el 2 de septiembre de 1752 (y es por el que nos regimos en la actualidad), nació el 4 de enero de 1643. Así que hay una pequeña mentira cuando decimos que el cumpleaños de Newton es el 25 de diciembre, ya que técnicamente le faltan 10 días para cumplir una vuelta más al sol.
¿Por qué gusta decir que Newton nació en 1642? Pues porque nos gustan los datos curiosos y las coincidencias históricas y de este modo podemos decir que Newton nació el mismo año en el que murió Galileo Galilei. pero Galileo murió el 8 de enero de 1642 según el calendario gregoriano, que es por el que se rige Italia desde el 4 de octubre de 1582 (también España). Con lo cual, no coinciden las fechas, ya que no coinciden los calendarios. ¿Qué os parece? ¡Ya tenemos algo para contar en la próxima comida familiar cuando podamos juntarnos de nuevo! ¡Y esta vez para desmontar una no casualidad!
Y ya puesto os voy a contar un poco de la historia de Newton que, como dijo Aldous Huxley, «como hombre fue un fracaso, pero como monstruo fue soberbio».
El padre de Newton era un campesino prácticamente analfabeto llamado también Isaac, que falleció tres meses antes de que naciera su primer hijo. Tal vez debido al disgusto que sufrió su madre, el parto se adelantó y Newton nació tan pequeño que, según su madre, hubiese cabido en un tarro de mermelada. A los dos años su madre, Hannah Ayscough, se casó de nuevo con Barnabas Smith, un rico clérigo anglicano de North Witham, que sería muy rico y muy clérigo, pero también muy mala persona porque no consintió que el pequeño Isaac se fuese a vivir con el nuevo matrimonio y lo dejaron al cuidado de su abuela materna. Este hecho, junto con el de no haber conocido a su padre estarían siempre presentes en la vida de Newton, marcando su personalidad. Siempre despreció a su padrastro y durante un tiempo le guardó mucho rencor a su madre. En su diario de 1662 llegó a escribir que les había amenazado con quemar la casa con ellos dentro. ¡Una joyita este pequeño Newton!
A los cinco años comenzó las clases en las escuelas de Skillingon y Store, pero fue considerado un pésimo estudiante, distraído y holgazán. Tenía mucha curiosidad y era capaz de pasarse horas construyendo relojes, cometas, molinos en miniatura, …, pero eso era fuera de clase. Lo que pasaba en clase y lo que podían enseñarle sus profesores no le importaba lo más mínimo.
Cuando iba a cumplir diez años murió su padrastro y su madre junto con su hermanastro y sus dos hermanastras volvieron a vivir con él y su abuela. Como sus resultados académicos no eran buenos, su madre y su tío decidieron que dejara el colegio y se pusiera a trabajar en la granja y en las tierras que habían heredado de Barnabas. Pero si Newton era mal estudiante, fue peor granjero, así que consideraron que era mejor que volviera a retomar sus estudios, esta vez en la Free Grammar School. En esta ocasión la actitud de Newton cambió radicalmente –igual porque había probado lo que era el trabajo duro del campo— y comenzó a prepararse para ir a la universidad. Consiguió matricularse en el Trinity College, en la Universidad de Cambridge, donde se costeó sus estudios trabajando en el comedor y limpiando las aulas, hasta que le fue concedida una beca en 1664.
Durante los anni mirabiles (1665 y 1666), tuvo lugar la gran peste de Londres (peste bubónica) y la ciudad estuvo cerrada durante dieciocho meses con el fin de evitar el contagio y la propagación de la enfermedad. (¡Cómo nos suenan estas cosas ahora! ¿eh?) Newton se refugió en la casa familiar de Lincolnshire y durante las vacaciones forzosas que pasó allí desarrolló las bases de las tres teorías que lo convertirían en uno de los científicos más importantes de la historia: descubrió la composición cromática de la luz, la ley de gravitación universal y se dio cuenta de la relación que existe entre la derivación y la integración. ¡Jamás unas vacaciones han sido tan productivas! Con que hubiese encontrado el desarrollo del binomio ya habría pasado a los libros de matemáticas y sería nombrado y conocido por todos, casi al nivel de Pitágoras. Pero no, hizo muchísimo más.
Pasada la pandemia, cuando regresó a Cambridge, comenzó a poner en orden todas las ideas que había comenzado a desgranar, buscando bases teóricas que las avalaran: leyó los Elementos de Euclides, la Geometría de Descartes, los trabajos de Kepler, de Copérnico y de Hooke, hizo experimentos con prismas para estudiar la refracción de la luz, … Puso en orden todas sus ideas y conclusiones y, tras la exposición de las mismas, todos los profesores consideraron que era un estudiante con un talento extraordinario y gran merecedor de la Cátedra Lucasiana. De hecho, fue Barrow, el primer titular de la misma, quien lo propuso como su sustituto. ¡Newton tenía sólo veintisiete años!
Ya como profesor lucasiano, Newton comenzó estudiando la composición de la luz y llegó a demostrar la naturaleza corpuscular de ella. Esto lo sumergió en su primera disputa científica de importancia histórica. Se enfrentó a Robert Hooke, quien defendía la naturaleza ondular de la luz y era considerado (y se consideraba a si mismo) el mayor especialista en óptica de la Royal Society, de la que era presidente. Hooke se sintió amenazado por los experimentos y resultados de Newton y, en lugar de reconocer el valor de los mismos, tachó a Newton de arribista y entrometido. Newton se enfadó muchísimo y dijo que esperaba algo más de Hooke que comentarios baldíos y sin razonar. Que, en lugar de pensar en reñirle, debería comprender las bases de sus estudios para así poder avanzar en los suyos propios.
Las discusiones siguieron y en 1676 Newton le envió otro artículo sobre óptica al que Hooke volvió a poner pegas. La respuesta de Newton no se hizo esperar y en la misma escribió la famosa frase “si he llegado a ver más lejos que otros es porque me subí a hombros de gigantes”. Esta frase puede que muestre a Newton como una persona humilde y agradecida, que reconoce la inspiración que le dieron sus antecesores para llegar a sus resultados, pero nada más lejos de la realidad; según algunos expertos Newton envió esa frase con segundas intenciones, puesto que, las descripciones que se conocen de Hooke dicen que era un hombre de estatura media, encorvado y con la cabeza grande. Aun así, otros estudiosos de la vida y obra de Newton no creen que este actuase de un modo tan indirecto. Era tan arrogante que no era típico de él andarse con rodeos.
En cuanto a esta frase tan famosa, hemos de decir que no es original de Newton sino de Juan de Salisbury que la escribió en su libro Matalogicon (s. XII) al citar a Bernardo de Chartres, y que incluso antes que Newton la uso Miguel de Cervantes.
Newton y Hooke no contentos con haberse enfrentado al tratar la óptica, volvieron a discutir sobre la teoría de la gravedad y la mecánica celeste. En general, Newton resultó vencedor de ambas disputas, pero su odio hacia Hooke fue tal que no quiso tener relación alguna con la Royal Society, hasta que Hooke murió en 1703. En ese momento Newton pasó a ocupar la presidencia de la Sociedad y publicó su libro Optiks. Eso sí, antes borró todas las menciones a Hooke, que, aunque estuviese muerto, le había llevado la contraria y eso Newton lo llevaba muy mal como para encima hacerle reconocimientos póstumos. En cualquier caso, resulta gracioso que después de tanto discutir los dos tuvieran razón y la luz es tanto una onda como una partícula.
A pesar de estar inmerso en tantas discusiones y en los experimentos sobre óptica, algunos tan divertidos como meterse una aguja sin punta en ojo para estudiar qué pasaba, Newton también tenía tiempo de avanzar en sus ideas acerca del cálculo. No publicó nada relativo a este tema hasta 1687, cuando en su obra culmen, Philosophiæ naturalis principia mathematica —los Principia—, aparece su teoría del cálculo matemático, las tres leyes del movimiento y el primer informe riguroso sobre la teoría de la gravitación universal. No obstante, evitó toda referencia a las fluentes y las fluxiones, así como a los incrementos evanescentes (lo más cerca que estuvo de la definición de límite) de los que hablaría en De quadratura curvarum, el apéndice de su Optiks. A pesar de ello, desde 1669, Newton compartió manuscritos con sus resultados entre sus discípulos más
cercanos, Wallis, de Duillier y Kelly, entre otros, sin jamás imaginarse que otro matemático podía estar llegando a las mismas conclusiones que él por otro camino, que las publicaría y que, además, no haría referencia a él en sus artículos —No sé de qué se extrañaba. Si él hizo lo mismo con Hooke. Donde las dan, las toman ¿no?—. En 1684, Leibniz publicó sus primeros resultados sobre cálculo en la revista Acta Eruditorum y la polémica volvía a estar servida. Nacía la conocida Controversia del Cálculo.
¿Y quién era este Leibniz? Gottfried Wilhelm Leibniz fue un (cojamos aire) filósofo, matemático, lógico, teólogo, jurista, bibliotecario y político alemán. Nació en Leipzig el 1 de julio de 1646, dos años antes de que terminarse la Guerra de los Treinta Años. Su padre, Federico, fue un jurista y profesor de filosofía de la Universidad de Leipzig y su madre, Catherina Schmuck, era hija de un profesor de leyes. Con lo cual el ambiente académico estuvo presente en la vida de Leibniz desde su nacimiento.
Cuando Leibniz cumplió seis años falleció su padre y a partir de ese momento su educación quedó en manos de su madre y su tío, aunque Leibniz afirmaba que también en sus propias manos, pues a partir de los siete años pudo hacer uso de la gran biblioteca que había heredado de su padre y de ella aprendió historia antigua y teología. Además, con doce años aprendió de manera autodidacta latín y se inició en el conocimiento del griego. A los catorce años comenzó a estudiar leyes en la Universidad de Leipzig y con 20 años obtuvo su doctorado por la Universidad de Altdorf en Nuremberg, consiguiendo un puesto de profesor en la misma universidad. No obstante, lo rechazó y pasó el resto de su vida trabajando para dos familias de la nobleza alemana: los Schönborn y los Hannover.
Mientras trabajó para los Schönborn tuvo que realizar varios viajes a París y a Londres. La intención de los viajes a Francia no era otra que distraer a Luis XIV (el Rey Sol) y que desistiera de expandirse por Europa, lo cual provocaría más guerras y el empobrecimiento de los pueblos. Los viajes a Londres también tenían un cometido diplomático, intentando tender lazos y alianzas entre los países, de modo que si surgía algún conflicto se resolviese de forma pacífica.
Leibniz siempre aprovechó las estancias en estas ciudades para relacionarse con los filósofos, matemáticos y físicos más importantes de la época y de ese modo pudo mejorar sus conocimientos sobre matemáticas y física de la mano del alemán von Tschirnhaus, con quien mantendría correspondencia hasta el final de sus días, o del holandés Huygens, quien se convirtió en su mentor y le dio a conocer los trabajos de Descartes y Pascal, entre otros. Él es el responsable de que Leibniz comprendiera y relacionara los conocimientos matemáticos y físicos de los cuales carecía.
En uno de sus viajes a Londres (1673) se reunió con los integrantes de la Royal Society y les mostró la Stepped Reckoner, una máquina diseñada y construida por él, y la primera capaz de realizar sumas, restas multiplicaciones y divisiones. Este mérito le valió para ser nombrado miembro externo de la Sociedad.
En 1676 comenzó a trabajar para la casa de los Hannover, pero antes de incorporarse a su nuevo puesto de trabajo, viajó a Londres. Fue en este viaje donde seguramente tuviera acceso a los manuscritos no publicados de Newton relativos al cálculo y de este hecho surgieran las posteriores acusaciones de plagio. Además, entre junio y octubre mantuvo correspondencia con Newton, explicándole a este los resultados básicos de su método, lo cual también fue utilizado en la discusión que vendría más tarde sobre la prioridad del descubrimiento del cálculo. Si tenemos en cuenta lo difícil que resultaba en aquella época publicar cualquier escrito y que el nacimiento de esta rama de la matemática se produjo de manera gradual, resolviéndose problemas particulares sobre tangentes, centros de gravedad, máximos y mínimos, cuadraturas, etc. antes de tener una base teórica y una demostración lógica, es fácil entender que surgieran las disputas acerca de quién fue el primero en alcanzar el descubrimiento. Las diferencias de notación y el hecho ya comentado de que Leibniz tuviera acceso a algunos resultados de Newton antes de que existiese ninguna publicación no hicieron más que lanzar las sospechas de copia hacia Leibniz, pues era difícil saber si el razonamiento de Leibniz era realmente independiente del de Newton o si simplemente era el mismo, pero escrito de otro modo, usando los diferenciales, en lugar de las fluentes y las fluxiones. Leibniz reconoció que había tenido acceso a los desarrollos en serie de Newton, pero siempre defendió que jamás vio el método de las fluxiones.
En la actualidad los historiadores de las matemáticas ya nos han hecho saber que lo cierto es que tanto Newton como Leibniz habían descubierto de manera independiente la relación que existe entre el cálculo diferencial e integral, así como la potencialidad de ambos para resolver problemas, hasta ese momento complicados, de un modo fácil y prácticamente directo. Además, sus métodos son conceptualmente distintos. El hecho de que la polémica se alargase tanto en el tiempo fue, entre otras cosas, porque algunos documentos no se conocieron hasta que pasaron muchos años. Ahora sabemos que en 1671 Newton tenía escritos dos libros sobre el cálculo, pero no los publicó porque su orgullo le hacía incapaz de soportar las críticas, y el tratamiento que se daba en ellos al infinito podía provocarlas. El primero de ellos, De Analysi per Equationes Numero Terminorum Infinitas, se publicó en 1711, aunque ya estaba escrito en 1669 y, como hemos dicho, desde ese momento tuvieron acceso a él sus amigos más cercanos. El segundo, De methodis serierum et fluxionum, escrito en 1671, salió a la luz en 1736, cuando Newton llevaba muerto ya 9 años. Por su parte Leibniz descubrió el cálculo entre 1675 y 1676 y publicó sus resultados rápidamente. En 1684 publicó Nova methodus pro maximis et minimis, itemque tangentibus, quae nec fractas nec irrationales quantitates moratur, et singulare pro illis calculi genus (conocido como Nova methodus pro maximis et minimis, que el título original es muy largo), el primer trabajo publicado sobre cálculo de la historia. En 1686 vio la luz De Geometría, el primer artículo donde aparece la “s alargada”, , para representar el símbolo de la integral. Además, ambos artículos fueron publicados en Acta Eruditorum la primera revista de carácter científico publicada en Alemania en cuya fundación colaboró el propio Leibniz.
Leibniz continuó trabajando para la familia Hannover hasta que murió en 1716. Sus aportes más importantes a las matemáticas se produjeron entre 1682 y 1692, pues en un principio su jefe era Ernesto Augusto, a quien no le parecía mal que Leibniz dedicara tiempo a sus inquietudes intelectuales, tanto matemáticas como filosóficas o jurídicas. Sin embargo, cuando murió Ernesto Augusto en 1698 le sucedió Jorge Luis (futuro Jorge I de Inglaterra), quien no se llevaba tan bien con Leibniz y no entendía que dedicase tiempo a otros menesteres más que los que él le encomendaba. Ni siquiera la buena relación que tenía Leibniz con la madre y la hermana de Jorge Luis, quienes sí apreciaban su valía intelectual, pudo impedir que este poco a poco fuera cargando a Leibniz con más trabajo, pasando de ser sólo bibliotecario a ser consejero e historiador de la familia y a realizar labores de ingeniero y de geólogo. En fin, que llegó un momento en que le faltaba tiempo para avanzar en el principal proyecto que le había encargado: la creación de un árbol genealógico familiar que se remontase hasta Carlomagno al menos. El retraso en la finalización de la tarea hizo que Jorge Luis se molestase mucho y llegó a prohibirle que viajara fuera de Hannover e incluso le quitó el sueldo durante dos años y medio. Leibniz nunca terminó el encargo debido a que era muy meticuloso y realizó una investigación muy concienzuda y profunda. Para hacernos una idea, en el s. XIX se publicaron sus indagaciones y estas ocuparon tres volúmenes. Seguramente, Jorge Luis hubiese quedado más contento con un libro más breve y popular, digno de la prensa rosa de la época.
Las disputas entre Newton y Leibniz acabaron con la muerte de Newton en 1727, porque, aunque Leibniz había fallecido once años antes, Newton tuvo palabras para él incluso después de muerto. Llegó a afirmar que murió porque se le había roto el corazón al conocer el informe que había elaborado la Royal Society otorgándole la primicia del descubrimiento del cálculo a él. Lo que no añadió es que en ese momento el presidente de la Royal Society era él mismo y que había sido él quien había elaborado ese informe. ¡A ver quién era el guapo que se atrevía a llevarle la contraria al jefe! Nadie defendió al miembro externo de la Sociedad y tampoco rompió una lanza a su favor la Academia Prusiana de las Ciencias, y eso que Leibniz también era miembro de ella.
Sin embargo, no ocurrió lo mismo con las discusiones entre los matemáticos continentales, seguidores de Leibniz y liderados por la saga de los Bernoulli, y los británicos, seguidores de Newton y liderados por Wallis. Estas se alargaron hasta 1813 cuando un grupo de matemáticos ingleses decidieron adoptar la notación de Leibniz, diciendo con humor que lo hacían para imponer los principios del d-ismo frente a la dot-age. Las consecuencias más tristes de este enfrentamiento fueron la ruptura de las relaciones entre los matemáticos de uno y otro bando, la falta de cooperación científica y el aislamiento resultante, que afectó sobre todo a los matemáticos de la isla.
Por último, hay que señalar que las diferencias entre Newton y Leibniz fueron notables en todos los aspectos. Mientras que Newton era un hombre soberbio, orgulloso, picajoso y de trato difícil, seguramente debido al sentimiento de abandono que experimento en su más tierna infancia, Leibniz siempre fue un hombre conciliador, mediador, sencillo y afable. Incluso cuando la discusión con Newton estaba en pleno apogeo y se sentía fatal por las mentiras que se estaban diciendo de él fue capaz de gastar bromas al tratar el tema. Desde su puesto como consejero del zar Pedro I el Grande de Rusia y del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico siempre quiso evitar los conflictos diplomáticos que pudiesen desembocar en una nueva guerra, defendiendo la resolución de los mismos a través del diálogo. Al parecer las consecuencias de la Guerra de los Treinta Años que le tocó vivir marcaron su forma de ser. Siempre intentó usar su posición para mejorar las relaciones entre los gobernantes, favoreciendo en último término al pueblo llano. Es más, sabedor de que muchas guerras tienen su origen en la religión, incluso quiso unir a católicos y protestantes y luteranos y calvinistas. No tuvo éxito, pero muestra otra diferencia con Newton, que siempre mantuvo una actitud solitaria y mística de diálogo con Dios, llegando a comparar el error científico con el pecado, ya que era una muestra de pereza y de falta de respeto a Dios. Además, Newton no creía en el dogma de la Trinidad y, de haberse sabido, podría haber acabado con su carrera pública, con lo cual siempre mantuvo en secreto su arrianismo.
Por otro lado, Leibniz aprovechó su posición diplomática para promocionar las matemáticas y las ciencias en general, así como para proponer reformas en la administración o en leyes. Por su parte Newton usó los cargos que ocupó en su propio beneficio, no solamente al aprovecharse de su puesto de presidente de la Royal Society para hacer un informe devastador en contra de Leibniz o intentar borrar toda huella del anterior presidente, Hooke, sino que también los usaba como tribunas desde las que esparcir a los cuatro vientos lo que pensaba de sus contrincantes académicos. Imaginaos el caso que se podía hacer a cualquier cosa que dijera Newton, que no sólo era quien ocupaba la cátedra lucasiana de la Universidad de Cambridge y el cargo de presidente de la Royal Society, sino que también era el director de la Real Casa de la Moneda y diputado. No obstante, el altavoz de diputado lo usó poco, puesto que en las actas de las sesiones tan sólo se recoge una intervención suya y fue para decir que cerraran una ventana. Tendría frío, el pobre.
Las desigualdades existieron hasta a la hora de celebrar sus funerales y en sus tumbas. Mientras que Newton fue enterrado como un rey, con todo el boato y el lujo que da que te inhumen en la Abadía de Westminster (donde también descansan Darwin y Hawking), Leibniz recibió sepultura en una pequeña iglesia de Hannover, acompañado sólo por sus familiares y amigos más cercanos. Ningún representante de la casa de los Hannover asistió ni tampoco lo hizo nadie de la corte, a pesar de que en esos días el rey estaba de caza cerca del lugar del sepelio.
Llegados a este punto os estaréis preguntando cuándo ocurrió el episodio de la manzana, pues bien, la verdad es que no ocurrió. O al menos eso nos dicen los expertos que han estudiado la vida de Newton. Al parecer Newton comenzó a contarlo cuando ya era un anciano con la intención de crear una leyenda similar a la del ¡Eureka! de Arquímedes y pasar a la historia como un iluminado que simplemente con observar la caída de una manzana pudo desentrañar todo el movimiento celeste. No fue así. Newton fue muy observador, es cierto, pero también un trabajador infatigable, que estudió los resultados de sus antecesores y realizó muchos experimentos hasta conseguir llegar a sus conclusiones. Aunque en los anni mirabiles viera caer muchas manzanas, la teoría de la gravitación universal le supuso muchísimas horas de esfuerzo. En 1670 comenzó a reescribir, desarrollar y demostrar todas sus ideas y durante dieciocho meses trabajó sin cesar, tanto como para que, en ocasiones, según Halley (el del cometa), incluso se olvidara de comer. El resultado está recogido en los tres volúmenes de los Principia donde podemos ver cómo Newton consiguió unir las tres leyes de Kepler con el mundo real. Galileo demostró que los cuerpos son atraídos hacia el centro de la Tierra; Newton demostró que la misma fuerza era la que explicaba las órbitas de los planetas. Sin duda, se trata una obra maestra para la humanidad fruto del esfuerzo de un hombre excepcional.
Para terminar me gustaría haceros una confesión: escribí estas líneas el verano pasado, el verano del 2020, el primero en el que hemos convivido con la pandemia de la COVID-19. Me pareció el momento adecuado para recordar la historia de Newton y ver cómo de todo lo malo siempre se puede sacar algo bueno y positivo.
Son muchas las personas que no entienden que haya pasado esto (la pandemia de COVID-19) y creen que es un castigo divino o un invento de un laboratorio con el fin de asesinar a los ancianos y que los gobiernos puedan ahorrarse el dinero de las pensiones. Puede ser, no voy a entrar en discusiones sobre hechos de los que no tengo pruebas que los avalen o los desmientan (aunque un castigo divino seguro que no es), pero ¿de verdad nos creemos tan especiales como para que en esta época que nos ha tocado vivir no pudiéramos sufrir una pandemia? ¿de verdad nos sentimos más superiores que nuestros antepasados que tuvieron que padecer epidemias de influenza, de peste, de cólera o de viruela?
En 1649 hubo un brote de peste en Sevilla que ocasionó la muerte a más de 60 000 personas, aproximadamente el 46% de los habitantes de la ciudad en aquel momento. Cuando los españoles llegamos a América llevamos con nosotros la viruela y esta se estima que acabo con la vida de 50 millones de indígenas. En el s. XIX hubo seis brotes de cólera que afectaron prácticamente a todos los países del mundo, y eso que entonces no se viajaba tanto como ahora. ¿Y qué decir de la conocida como gripe española de 1918? El virus que la provocó (de tipo influenza) causó la muerte a al menos 50 millones de personas.
Pero, claro, nosotros somos mejores, más listos y más guapos que todos nuestros ancestros y no puede ser que la naturaleza nos domine durante una temporada; porque va a ser eso, unos años. El ser humano ya ha encontrado varias vacunas y, si no todas, alguna seguro que es efectiva y todo esto pasará. Podremos seguir viviendo casi como antes hasta que pasen otras pocas décadas, nos olvidemos de esta pandemia, vuelva otra epidemia provocada por otro virus y comencemos de nuevo a pensar en conspiraciones gubernamentales o en venganzas divinas. ¿Y mientras tanto? Pues hagamos como hicieron nuestros abuelos y saquemos los mejor de nosotros mismos. Aportemos a la sociedad todo lo bueno que hay en nosotros, sea lo que sea.